Desde ciudad Ho Chi Minh puedes contratar una excursión de uno o dos días para conocer el Delta del Mekong, pero nosotros decidimos hacerlo por nuestra cuenta, pasando de agencias. Nuestro primer objetivo era llegar a Can Tho, la ciudad más grande de la región del Delta. Fue realmente fácil: justo en frente del hotel cogimos un bus urbano (25 céntimos el viaje) hasta la estación de Mien Tay, a diez kilómetros del centro, desde donde salen los buses hacia Can Tho. Según llegamos a la estación empieza a caer el diluvio universal; preguntamos a un par de locales y en diez minutos estamos sentados en el bus adecuado, cero problemas. La compañía de autobuses que nos llevó fue FUTA BUS LINES, sin duda la mejor que conocimos a lo largo del país: vehículos muy cómodos (os lo dice un tío de 1.90), te dan una botellita de agua y una bolsa para el mareo y el viaje nos cuesta algo menos de dos euros. Además, esta compañía dispone de lanzaderas que te llevan a tu hotel una vez que llegas a la estación de destino. Esta última información nos la dieron dos italianos que eran los únicos occidentales aparte de nosotros tres. Sobre la mitad del viaje el bus hace un parón en un área de servicio, y es aquí donde una vez más damos muestras de nuestra catetez: todo el mundo baja y se mete en el bar-tienda, incluidos nosotros; nos damos un paseo, compramos alguna provisión y volvemos a salir y… ya estamos, no encontramos el bus donde lo dejamos. Hay otra docena de ellos, tooooodos del mismo color y la misma compañía pero el nuestro no. Vemos a los italianos con el mismo problema que nosotros, buscamos el resto de pasajeros pero, claro, todos los vietnamitas nos parecen iguales. Nos ponemos en lo peor, y tanto la pareja italiana como nosotros llegamos a la misma conclusión: nos han dejado en tierra, sin mochilas ni hostias, jodeeeeeeeeer. Tensión máxima y, nuevamente, la amabilidad vietnamita a escena: se nos acerca un operario de la estación de servicio que ha visto el panorama y nos dice, por gestos, que el bus lo están lavando, y que en unos minutos vuelve a estar aquí; todo esto con una cara que dice «por Confucio, que occidentales sois».
Una vez en Can Tho nos acoplamos en la lanzadera de los italianos (ellos si tienen hotel reservado) y nos dirigimos al centro de la ciudad en busca del hotel al que queríamos ir. Con la ayuda del Navigator Free (Cris y su dómosis) lo conseguimos: Thao Anh Guest House, a siete euros la noche. En la recepción hay una niña que no sabe nada de inglés pero no hace falta, nos pone al teléfono con su jefa y en dos minutos registrados y a la habitación a asearnos un poco que, de nuevo, olíamos mal. Volvemos a la recepción donde ya está la jefa, otra niña. Nos sitúa un poco la ciudad con un plano y nos ofrece un tour por el Mekong para el día siguiente. Nuestro plan era bajar al puerto y negociarlo directamente con un barquero pero nuestra vagancia se impone y, además, vemos que es un precio bastante justo según habíamos leído: un barquito para nosotros solos por 24 euros y un tour de siete horas; lo que se dice un completo por el Delta. Nuestras chicas nos recomiendan cenar en el mercado central y para allí vamos, que hay hambre. Nos damos un paseo por los puestos y elegimos miscelánea de pinchos para cenar, riquísimos. Una cerveza y a la cama que mañana a las cinco de la mañana nos vienen a buscar.
No voy a negaros que me levanté un poco nervioso: navegar por el Mekong era uno de los puntos fuertes del viaje y en mi cabeza tenía muy presente al capitán Benjamin L. Willard y su compañía recorriendo el Delta en busca del coronel Kurtz (ya no os repito más veces que dejéis de ver bodrios de Hugo Silva o Drew Barrymore). Con puntualidad británica a las cinco de la mañana nos viene a buscar un coche que nos deja en el embarcadero. En seguida aparece nuestro barquero, Han, bautizado al segundo como Juan. Nos da el desayuno, pan, plátanos y café, nuestro prime café vietnamita (ya hablaremos más adelante sobre él), y al barquito. El plan es visitar dos mercados flotantes y navegar por los pequeños canales del río conociendo así la vida dentro del Mekong. Son las cinco y media cuando el barco arranca. Comenzamos el viaje en busca del coronel Kurtz mientras el sol sale a nuestra espalda. Flipante, majos, y yo sin la Cabalgata de las Valkirias a mano.
Nuestro primer objetivo es el mercado flotante de Cai Rang, a siete kilómetros de Can Tho, el mayor de la región y también el más turístico. Es la visita que incluyen en todas las excursiones de la zona. Es verdad que son las siete de la mañana y ya hay bastantes guiris pero merece la pena ver cómo se desarrolla el mercado en medio del río: cada embarcación identifica su mercancía atando algo representativo en un mástil; la gente pasa de barco en barco inspeccionando la mercancía y comprando; encuentras sobre todo fruta y cereales pero también hay pequeños bares flotantes y hasta ultramarinos vietnamitas; una maravilla de sitio, y encima hay brisilla marinera.
Nuestro almirante Juan decide ir al siguiente mercado: Phong Dien, que está a 20 kilómetros de allí. De camino paramos en una fábrica artesanal de noddles donde nos enseñan el proceso completo de lo que vamos a estar comiendo durante un mes. Incluso nos dejar tomar parte del mismo.
El paseo es sensacional, vamos viendo como la gente tiene organizada su vida en torno al río y hace todos sus quehaceres sin ir a tierra: asearse, hacer la compra o echar gasolina para su embarcación.
El siguiente mercado es mucho más pequeño y apenas hay turistas, pero la sensación de estar viendo algo único permanece. Al rato, Juan decide que es la hora de almorzar: son las diez de la mañana, y paramos en un bar de moda bajo un diluvio total. Como aquí hace mucho calor la peña no tira de carajillo sino directamente de cerveza, y como somos unos mandados y ya hace cuatro horas que desayunamos, nos apretamos unos nems y unas birras. Cómo me gusta el olor a napalm por la mañana. Después de invitar a almorzar a Juan seguimos la singladura, recorremos un sinfín de canales chulísimos sin más compañía que la lluvia; no hay ni mosquitos, una gozada.
Sobre la una del mediodía arribamos al puerto de partida. Sin duda alguna le ponemos un diez a la excursión. Desde Can Tho existe la posibilidad de ir combinando viajes en barco a tu bola y en tres días puedes cruzar la frontera a Camboya por el río: un planazo para otra ocasión.
Nos dirigimos a nuestro hotel con la intención de reservar billete de bus hacia Da Lat para esa misma tarde. Malas noticias: la niña jefa nos dice que solo queda una plaza. El siguiente bus sale a las 7 de la mañana. Es lo que hay, lo reservamos y nos quedamos una noche más en Can Tho; no tenemos prisa y tenemos hambre o sea que a comer. Nos metemos en un garito en frente del hotel que está petado de locales poniéndose hasta arriba de cerveza caliente. Sí, son así. Y todos tienen en las mesas unos hornillos con un caldero encima lleno de cosas. Como de inglés andan muy justos de nuevo mediante señas pedimos un caldero de esos y unas cervezas frías. En cuanto nos despistamos nos ponen la cerveza en una jarra con hielo… en fin… allá donde fueres haz lo que vieres. Pues no, no lo hagáis, es una mierda. Cris se adentra en el restorán y consigue encontrar un par de cervezas frías. El sitio está muy bien y somos la atracción, tiene pinta de que no pasan muchos occidentales; incluso nos sientan a la abuela a la mesa para que vea un par de rostros pálidos. Después de un ratito nos traen el caldero con su hornillo lleno de cosas y un montón de hierbas y noddles y salsas, pero no traen instrucciones y no sabemos cómo se come todo eso. Una chica muy amable y muy sonriente se nos acerca y nos enseña. Está muy rico el pote este de pescado con berzas; nos ponemos como el quico, la gallina casi revienta.
El día da para poco más. Estamos cansados y diluvia. Siesta, paseo por la ciudad, cena tranquila en el mercado nocturno y prontito a la cama, que mañana a las seis de la mañana toque de diana.