– Vamos a ver Gutierrez, ¿Cuales son las mejores vistas de Paris?
– Las que tienes desde la Torre Eiffel, ¿no?
– MAL…MAL, MUY MAL. Las mejores vistas de Paris son las que disfruta desde la Torre de Montparnasse, porque desde ahí, se ve la Torre Eiffel. Esto lo sabe todo el mundo, hombre. Bien, traslademos esta ecuación a Sri Lanka. ¿Cual sería entonces la mejor vista de Sri Lanka?
– ¿La que tienes desde la Roca del León?
– MAL…MAAAAL….FATAL. ¡¡Suspendido de por vida, Gutierrez!! Desde la cima de la Roca tienes lo más bonito del país debajo de tus pies y no lo ves. La foto esta incompleta. Tendría que alejarse para poder contemplarla en todo su esplendor. ¿Sabe cómo hacer eso, Gutierrez?
– Pueeeesss…..
– ¡¡Usted que va a saber, Gutierrez!! A ver si estamos atentos, que le voy a explicar cómo puede usted disfrutar de las mejores vistas de Sri Lanka. ¡Esto no lo levanta usted ni en septiembre, Gutierrez!
Pues efectivamente, señores. Tampoco hay que ser experto en álgebra para darse cuenta del asunto. Que desde la Roca del León no se ve la roca, es fácil adivinarlo. Lo que no es tan sencillo es saber desde donde se pueden apreciar unas vista espectaculares y que ademas incluyan el símbolo de Sri Lanka. Pues ese lugar existe y se llama Pidurangala Rock.
Pidurangala es una elevación rocosa que se encuentra a poco más de un kilometro en linea recta de la famosa Roca del León. Andando te va a costar llegar un poco más pero si vas en bici o en moto, no se tarda nada. Desde el acceso principal, solo tienes que bordear por la izquierda el recinto de la Roca del León y luego girar a la izquierda en un camino de tierra que te lleva directamente a la base de Pidurangala. Allí te encontraras un pequeño templo y, como , no, unas escaleras que irás ascendiendo, previo pago de 500 Lkr, hasta llegar al Buda de ladrillo, una escultura de Buda tumbado de lado y empotrado en una cueva que hay en la base de la roca.
A partir de ahí, se acaban las escaleras y toca serpentear por un sendero que se va complicando por momentos. Cuando el sendero termina, empieza la escalada: te encuentras a los pies de unas rocas enormes que tienes que sortear para llegar hasta la cima. Así que tu mismo. Te agarras donde puedes, tiras de riñones y de amor propio y para arriba. Y si crees que, tal y como vas, equipado de Ternua hasta las trancas, te va a resultar más fácil ascender, espera a ver a las ancianas locales intentar subir a empujones con la ropa de los domingos y las sandalias. Una vez arriba solo te queda disfrutar de las impresionantes vistas que, esta vez si, incluyen la Roca del León.
Como nosotros nos habíamos metido un desayuno de los que hacen afición, por cortesía del señorico de la Lal Guesthouse, tardamos algo más de la cuenta en llegar arriba. Entre que ya íbamos sobrados de rocas en los últimos días y la tripada que nos habíamos pegado desayunando, estábamos un poco desganados. Una vez en la cima y con el día tan despejado que nos había salido, estuvimos disfrutando del paisaje un buen rato. Cuando nos cansamos de hacer el indio con la cámara de fotos, nos despedimos de ambas rocas e iniciamos el descenso.
Por delante nos quedaban 120 kms hasta llegar a nuestro siguiente destino: Nilaveli. Una región pesquera que sufrió mucho durante la guerra y con el tsunami del 2004 pero que merece mucho la pena visitar, sobre todo si quieres disfrutar de sus playas y del plácido océano que baña sus costas. Por fin poníamos rumbo al este del país. No llevábamos muchos días de viaje pero, con lo que apretaba el calor, estábamos deseando meternos en el agua. Asi que recogimos nuestras cosas de la guesthouse, nos despedimos de nuestro anfitrión y pusimos el tuk-tuk rumbo al este.
Tardamos unas tres horas en llegar hasta Nilaveli y una hora más en encontrar la guesthouse donde nos íbamos a alojar durante unos días para descansar y disfrutar de la playa. Resulta que, tanto buscar una habitación cerca del mar, habíamos reservado una que estaba, literalmente, en la arena. Y claro, ponte tu a buscar el hotelito de marras a las tres de la tarde, con 35 grados a la sombra y después de tres horas de tuk-tuk. Así las cosas y una vez encontrado el sitio, no quedaba otra que descansar, disfrutar y relajarnos. Tiempo tendríamos los siguientes días para explorar la zona. De momento solo nos apetecía pegarnos un baño y hacer tiempo hasta la cena.
Y así lo hicimos. Una hora de remojo en el océano Índico fue suficiente para ablandar la roña y apaciguar el espíritu. Como el hambre ya empezaba a hacer acto de presencia, nos pusimos nuestras mejores galas, es decir, aquellas que no olían a reno, y nos fuimos a cenar a un garito pegado a la carretera. Y es aquí donde nos dimos cuenta del gran error que habíamos cometido: nos habíamos adentrado en territorio mayoritariamente musulmán y aquí el alcohol esta terminantemente prohibido. ¡¡NO HABÍA CERVEZAS POR NINGUN LADO!! Olvídate de tus cervecitas nocturnas que tan bien entran para cenar. ¡Otra gallinada para la saca!
Aunque, afortunadamente para la gallina, todas las religiones tienen sus buenos samaritanos. Así que, después de un par de vueltas por aquí y por allí, dimos con el que iba a ser nuestro proveedor cervecero para los próximos días y pudimos, al fin, disfrutar de la noche mirando las estrellas y saboreando una cerveza, relajados, antes de empezar a descubrir la fantástica costa este de Sri Lanka. Pero eso sería al día siguiente. De momento nos quedábamos a la orilla del mar, sintiendo la brisa marina y el sonido de las olas.
– ¡¡Y ponga usted un poco de música, Gutierrez!!