Vietnam – Ho Chi Minh y los túneles de Cu Chi: recuerdos de guerra

El clima del sudeste asiático invita a madrugar y aprovechar las primeras horas del día, en las que hace menos calor, y así lo hacemos. Nos levantamos prontito y subimos a la azotea del hotel donde sirven el desayuno buffet, variadísimo: huevos y pan. Salimos a la calle con el objetivo de visitar Ho Chi Minh, la antigua Saigón, usando el paseo que propone la Lonely Planet. Pero antes de nada necesitamos chirimbolos (también conocidos como dongs o furremoles) ya que en el aeropuerto cambiamos lo justo para el primer día. Según avanzamos por la ciudad no vemos casas de cambio así que decidimos entrar en un banco a ver qué pasa. Somos recibidos como ministros, preguntan qué necesitamos y un vietnamita muy majo nos acompaña hasta la señorita encargada, amabilidad total, apenas hablan inglés eso sí, nos ofrecen un buen cambio y salimos del banco con un buen fajo. Ya podemos gastar sin problemas. Damos un largo paseo por las principales calles de la ciudad, comenzamos por el mercado de Ben Thanh, uno de los símbolos de la ciudad, un caos de gente que vende de todo lo que os podáis imaginar y gente que compra de todo lo que os podáis imaginar. Y después del mercado paseamos por las calles principales de la ciudad que a estas horas no están aún masificadas.

 

Si, apenas hay motos
Si, apenas hay motos
Clavadita a la de París
Clavadita a la de París

Saigón aún conserva un montón de edificios que recuerdan a las guerras libradas contra franceses primero y americanos después, como el Hotel Intercontinental (los de la ESO sin duda lo recordarán porque en este hotel trascurren varias escenas clave de El americano impasible de Graham Greene). El tranquilo paseo nos lleva hasta la catedral de Notre Dame y hasta el majestuoso edificio de Correos.

A continuación decidimos entrar en el Museo de los Restos de la Guerra, que para un friki como yo es canela fina. Existen pocos museos en el mundo que documenten mejor las atrocidades de la guerra: la visión que nos ofrece el museo es bastante sesgada ya que sólo se habla de los crímenes de guerra de los yankees mientras que los vietnamitas parece que sólo mataban gente a besos. No obstante merece muchísimo la pena ya que pocas veces los occidentales tenemos la oportunidad de escuchar las voces de las víctimas de la acción militar estadounidense. La colección de fotografías es espectacular y muy dura de ver al recoger muchísimas imágenes de la matanza de My Lai (una división del ejército americano se cargó a unas 400 personas con la disculpa de buscar miembros del Vietcong; sólo encontraron tres armas) o de niños afectados por las bombas y el napalm lanzado por USA. Visita totalmente recomendada.

 

Firmes!!
¡¡Firmes!!

 

La visita al museo nos consume gran parte de la mañana y salimos destrozados de la misma. Necesitamos abrevar, necesitamos una cerveza. Una vez refrescados decidimos volver al centro a comer. Durante la vuelta nos damos cuenta que el que narra estos hechos, o sea yo, ha perdido un pequeño monedero (que llevaba conmigo 20 años) con parte del bote, estimamos que unos 30 euros en furremoles. Inútil…

Durante nuestro paseo Cris entra en shock anafiláctico ya que no para de ver niños vietnamitas liados con el Pokemon Go y ella compuesta y sin wifi.
Durante nuestro paseo Cris entra en shock anafiláctico ya que no para de ver niños vietnamitas liados con el Pokemon Go y ella compuesta y sin wifi

 

Mariscada vietnamita.
Mariscada vietnamita.

Hacemos caso a la guía y entramos a comer en un restorán recomendado. Una cosa que no nos gusta nada de este país es que los camareros se quedan mirándote hasta que elijas los platos de la carta y nosotros que no trabajamos nada bien bajo presión provoca que nos decantemos por los dos primeros platos que nos ofrecen. La barrera idiomática hace el resto: ignoramos completamente que hemos pedido. En estos momentos del viaje es cuando la gallina más echa de menos a Merino. Con él los idiomas no representan un problema. Nuestra ave lo pudo comprobar en su Viaje en moto por Francia y Escocia (publicado, querido lector, en conlagallinaacuestas). Lo elegido por los dos eran noddles con diferentes aderezos cocinados sin ningún tipo de cariño. Decidimos que es la última vez que hacemos caso a la guía a la hora de comer. Una siesta reparadora y vamos en busca de una agencia para contratar la excursión del día siguiente (en todas las ciudades del país abunda las agencias de viajes donde puedes contratar/regatear desde billetes de bus hasta paquetes de todo incluido en cruceros; incluso te diseñan el viaje a tu gusto sin problema): los túneles de Cu Chi.

 

Recibidor de uno de los túneles.
Recibidor de uno de los túneles.

 

Antes hemos de volver a cambiar dinero gracias a mi inutilidad. Como los bancos ya están cerrados y seguimos sin ver casas de cambio, esta vez cambiamos en una joyería, de nuevo con una buena tasa de cambio. Sabemos que el precio de la excursión hasta los túneles suele ser 75000 dongs por cabeza (tres euros al cambio). En cuanto nos ofrecen ese precio lo cerramos y a otra cosa. Un par de cervezas en el mismo bar de la noche anterior con nuestra camarera favorita y nos acercamos al mercado de Ben Thanh a cenar. Hay un sinnúmero de puestos al aire libre donde se cocina de todo y están petados la mayoría. Nos decidimos por el sitio donde no había ningún occidental y que nos ofrecía cosas más raras, una especie de marisquería local: elegías el género, señalando porque ni papa de inglés, te lo pasaban por unas brasas y para adentro, todo recojonero la verdad. Y sí, una vez más no teníamos ni idea de lo que habíamos comido. Y a la cama que el día siguiente a las 7 de la mañana nos íbamos a Cu Chi y sus túneles llenos de charlies.

 

A falta de felpudo…
A falta de felpudo…

Nuestro último día en Saigón comienza con la fresca, a las seis de la mañana. Subimos al buffet variado de huevos y pan. Cris los pide en tortilla y yo fritos. La señorita pasa de nosotros y nos pone lo que quiere. Una vez desayunados, hacemos la mochila, check out y vamos a la agencia donde contratamos la excursión. La salida se retrasa por culpa de una británica, cómo no, que debió pasarse con la cerveza la noche antes, cómo no, y llega tarde. Nuestro destino está a unos 50 kilómetros de la ciudad pero entre el tráfico, el bus deluxe special edition y el estado de las carreteras nos lleva un par de horas llegar. Para mí, un friki de la historia bélica, esta visita supone algo especial en el viaje. En el distrito de Cu Chi hay una red de 250 kilómetros cuadrados de túneles subterráneos excavados por el pueblo vietnamita. Si algún sitio puede simbolizar el tenaz espíritu de este pueblo y sus señores huevos, pocos lugares lo pueden hacer como esta compleja red de túneles. Este entramado, que en algunos lugares tenía varios pisos de profundidad, incluía innumerables trampillas, almacenes, hospitales, fábricas de armas, centros de mando y cocinas. Los túneles facilitaban la comunicación y la coordinación entre enclaves controlados por el Vietcong. El ejército americano fue incapaz de lidiar con esta amenaza y las continuas derrotas en Cu Chi fueron una de las causas de la victoria final del Vietcong. Si dejáis de ver mierdas de Mario Casas, Jennifer Anniston y similares y os ponéis a ver cine serio como Platoon o Apocalipsis Now sabréis de qué os hablo.

 

Tanque M-41 inutilizado por el Vietcong en uno de los ataques contra Cu Chi.
Tanque M-41 inutilizado por el Vietcong en uno de los ataques contra Cu Chi.

Actualmente dos secciones de esta red de túneles están abiertas al público, nosotros fuimos a conocer la de Ben Dinh (llegar hasta allí con transporte público es bastante tostón porque hay que hacer un montón de transbordos, o sea que nuestro consejo es alquilar moto o contratar la excursión en una agencia como nosotros hicimos). La visita está muy bien, eso sí; es en medio de la selva, o sea que el calor, pese a que son las diez de la mañana, es sofocante. Un guía te va enseñando cómo era la vida en el interior de los túneles, cómo construían sistemas de oxigenación, diferentes tipos de trampas y, como colofón, te dejan meterte por un túnel de los de verdad. El túnel tiene 100 metros de longitud; aguantamos sólo los 20 primeros. Claustrofobia, calor… vamos, un infierno. A la salida tienes la oportunidad de disparar armas de la época, a dólar la bala. Una visita totalmente recomendable de nuevo.

 

El viaje de vuelta a Ho Chi Minh lo hacemos en modo siesta, comemos lo primero que pillamos, recuperamos las mochilas que habíamos dejado en el hotel y seguimos el viaje, ¡próximo objetivo el delta del Mekong!

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